Ana Paula Avila
Abro los ojos, estoy sudando. Ninguna imagen se asoma en mi cabeza pero no tengo dudas de que fui invadida por terribles pesadillas. Abrazo mis colchas como si mi vida dependiera de ello, y me dispongo a empezar el día. Es domingo, de eso estoy segura. Pero la oscuridad de la que está pintada mi ventana me desorienta.
La luz de mi celular ilumina mi rostro. Son las cinco de la mañana y hace frío. Domingo, aire helado, cinco de la mañana, mi sentido común me dice que permanezca en mi cama y regrese a mi mundo onírico. No hay nada afuera de estos dominios que pueda ayudarme ahora. Me predispongo a dormir y fingir demencia sobre el asunto pero, para mi malestar, se me es imposible.
Mi cuerpo está despierto y con todas las energías para ser productivo. Le hago caso y pongo agua en la olla que finge ser tetera. Mañana es lunes, ¿qué me costaba ser así de activa durante la semana?
Termino de arreglarme, de preparar el mate mientras me pregunto qué debería hacer. ¿Leer? ¿Ver videos en YouTube? ¿Estudiar? Entonces, recordé que hace más de dos meses que no veo películas, un hábito que recupero igual de rápido que como lo pierdo.
Abrí la plataforma roja y me zambullí en cientos de títulos que eran tan prometedores como mediocres. En mi cabeza existe un listado que jamás para de disminuir, sin embargo lo ignoré y me predispuse a ver las películas más aleatorias que pude encontrar.
Un poco influenciada por el concepto de “hombre duro”, hago clic en la película de “John Wick 2: Un nuevo día para matar”. Protagonizada por Keanu Reeves y dirigida por Chad Stahelski.
Sigue la travesía de Jonh, un sicario retirado que desea dejar de trabajar para tener una vida normal. Pero las acciones de su pasado lo persiguen en el presente. Deberá volver a matar para poder encontrar la paz. Las coreografías son lo mejor de la película, en el mundo de los asesinos la gente habla con el cuerpo, son escasas las escenas de diálogos pero la verdad no creo que sean necesarias.
Desde su primera película, la franquicia de Jonh Wick dejó su estilo muy marcado. Música de tipo electrónica, luces de neón, oscuridad e imágenes con tonos fríos.
Jonh desea tener una vida “normal” pero su pasado lo arrastra constantemente a volver. En este mundo de asesinos, la gente mata de forma programada y planificada pero hay mucho respeto por las promesas. Los huesos se pueden romper, las palabras no.
Es una película muy recomendable pero tuve la impresión de que si no fuera de esta saga igual hubiera funcionado. No es necesario saber mucho contexto acerca de la primera como para disfrutarla.
Escucho la tos de una de mis hermanas, tambalea y libera de su boca palabras que no logró comprender, pensé que se iba despertar, pero no. Ella continuó siendo seguidora de las nubes y durmió sin titubear.
Me preparé un mate, le agregue cedrón, y me predispuse a continuar la actividad en la que decidí profundizar. Opté por ver una película de industria nacional. Y de nuevo, sin ningún tipo de criterio vi “El potro”. Esta vez, fue una experiencia un poco decepcionante.
Estrenada en 2018, dirigida por Lorena Muñoz y protagonizada por Rodrigo Romero; relata la vida y obra del famoso cantante cordobés.
Entiendo que las biopics, en donde el protagonista es un músico que tienen las características de estar muertos y consagrados como artistas, apelan a los sentimientos y a la línea de pensamiento de: “¡Qué pena!, era joven y talentoso”. Esto indirectamente te lleva a consumir directa o indirectamente su música. Lo mismo sucede con las historias de estilo motivacional. Aunque lo intenté, no logré conectar con la historia. A Rodrigo lo perfilan, por momentos, como el villano de su propia historia, luego es un antihéroe y, por último, una víctima de las circunstancias. Considero que estos saltos y decisiones no me permitieron conectar.
La conexión que encuentro entre ambas historias es que tenemos dos hombres que intentan encontrar una alternativa a su destino, salir del juego en el que se encuentran comprometidos, atados, darle una nueva visión a su universo. Además, los dos rompen con estereotipos de sus mismos entornos, Rodrigo con su estilo colorido y Jonh con su sensibilidad. Posibles construcciones de nuevas masculinidades.
Las horas pasaron velozmente, el tiempo se despegó de la tierra y, en un abrir y cerrar
cerrar de ojos, llegó a su punto más alto, dando frutos: pequeños minutos que crecían y crecían, al final, maduraron como horas nuevas. Entonces, cuando mi familia empezó a despertar, apagué la computadora, y me cebé un mate mientras tarareaba: Fue lo mejor del amor.